dimecres, 18 de febrer del 2015

Cuando insultar es gratuito

Con un poco de esfuerzo, me recuerdo de pequeña en la grada de cualquier pabellón durante un partido de balonmano. Al lado, mi madre. En la pista, mi padre, que era el árbitro, con su compañero. Lo más importante del partido no era quién ganase, sino que nadie se enterase de quién era mi padre en aquel pabellón. Por prevenir, más que nada. Y así cada fin de semana.
Cuando vas cumpliendo años, ya puedes ir sola a ver a tu padre arbitrar. Además, da igual en dónde esté tu madre durante el partido, con unas amigas o tomándose un café, que ella siempre va a estar presente. Tus acompañantes en la grada la recordarán más que tú durante 60 minutos. Alguna vez, todavía me cuenta anécdotas de mi abuelo, también árbitro de balonmano: “Cuando llegaba de arbitrar y su madre le preguntaba qué tal, él le decía que bien, pero que a ella la habían puesto de verano”.
Los años pasan mientras tú te acostumbras a sentarte en una grada y a escuchar como más de uno, que seguramente nunca habrá tenido un reglamento de balonmano en sus manos, llama “hijo de puta” a tu padre. Ya no sirve el protestar y hay que insultar, que es gratis.
Lo más triste, es que todas estas anécdotas no tienen nada de invención. Y hoy en día, mi padre ya no está en una pista de balonmano, pero sí muchos de mis amigos. Te sientas en una grada y sientes vergüenza de todo lo que tienes que escuchar. ¿Si cada uno de nosotros tuviese un familiar o conocido árbitro cambiaría esta bochornosa realidad?
Y cuando tú te limitas a aceptar que la educación y el respeto cada vez son más escasos en un pabellón, alguien decide cruzar la delgada línea que separa la violencia verbal de la física. Quizás algún jugador o entrenador que, educado en el arte del ganar y no en el de disfrutar compitiendo, manifiesta su frustración hacia quien es para él el culpable de no alcanzar sus objetivos: el árbitro.
Árbitros que intentan realizar su trabajo lo mejor que pueden y solo reciben insultos, en el mejor de los casos. Árbitros que cuando escuchan un “que malo eres” hasta se sienten bien.“Al menos no me insulta, eso quiere decir que me respeta como persona” es la reflexión que comparte conmigo un amigo colegiado.
Continuamos pensando en las consecuencias una vez sucede una agresión verbal o física, en vez de tomar medidas de prevención para evitar situaciones que deben ser erradicadas de los pabellones. Y la solución más fácil es educar a los niños que se inician en el deporte desde el respeto a los árbitros, tanto padres como entrenadores. Los niños son lo que ven y, ahora mismo, saben que insultar es gratuito

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